5. El Cireneo
«¿Por qué tener que llevar un peso que no es mío? ¿Por qué tener que hacerme cargo del instrumento de suplicio que le corresponde a otro? ¿Por qué tener que compartir su infamia, sin que pueda distinguirse, a lo lejos, quién es el verdadero culpable? ¿Por qué después tener que ser señalado como “aquél que…”? ¿Por qué arriesgarse a generar la sensación de rechazo en los demás, que tratarían de alejarse para no contaminarse, para evitar todo contacto con ése que estuvo al lado del malhechor? ¿Por qué tener que hacerse cargo del otro? ¿Por qué tener que quedar como maldecido y rechazado?
Pero, está bien, Padre, está bien: no lo que Yo quiero, sino lo que quieras Tú».
Su rostro irradiaba felicidad cada vez que escuchaba a Alejandro y Rufo narrar entusiasmados la proeza y declarar con santo orgullo «es nuestro padre»; su corazón explotaba de gozo cuando en las primeras reuniones de cristianos mostraba, emocionado, sus manos, sus bendecidas manos, marcadas por las astillas del madero y por la sangre de Jesús.
Es verdad: medio que lo obligaron, medio que no le quedó otra. Pero hizo de la necesidad virtud. Y, a medida que caminaba al lado del condenado, a medida que escuchaba los gritos de la multitud y de los soldados, a medida que percibía la paciencia, la bondad, la dulzura y la misericordia de Aquél que como un cordero era llevado al matadero, comenzó a comprender la ciencia de la cruz; a medida que caminaba al lado de él; al prestarle sus fuerzas a Él para ser salvado por Él, por Su fuerza.
Quedará para siempre grabada en la historia su memoria, para edificación de los cristianos, como la del hombre que compartió esfuerzos con Dios.
Porque el cireneo es el que pone el hombro.
Cireneo es el que se hace cargo.
Cireneo es el que hace el gasto. El que no mide la entrega, el que se compromete en primera persona y no pide compensaciones. El que no calcula cuando se dona. El que hace descansar, desgastándose él. El que prefiere no salvar el pellejo ni la buena fama antes que tolerar una injusticia infligida al prójimo. El que no tiene miedo de mancharse las manos ayudando a quien es rechazado por la multitud; al malhechor, al despreciado, al culpable, a «ése» que según la multitud no merece ningún tipo de consideración. Cireneo es todo aquél que refleja la oferta de la misericordia de Dios.
Cireneo es el que está al lado del amigo. El que se une en la dificultad y la comparte. Ese que no le tiene miedo a la foto que lo compromete, que no disimula y no esconde la cercanía, el vínculo, para proteger su imagen. El que asume el riesgo de correr la misma suerte. El que es pobre con el pobre, preso con el preso y enfermo con el enfermo. Rechazado con el rechazado. El que ve a Cristo en el prójimo y se hace él mismo prójimo, activamente. El que en vez de salir corriendo y escapar cuando se le pide un servicio, lo asume voluntariamente. Ése que cruza la calle para ayudar. El buen samaritano.
A lo lejos, no se lo distingue del condenado a muerte, del despreciado, del culpable; el polvo del camino, la humillación compartida, la mirada superficial del populacho, el juicio rencoroso de quien detenta el poder, todo conspira para dejarlo en una situación comprometida, en la que se esfuman los contornos y la infamia acecha.
Pero él le pone el hombro a la cruz. Y no deja abandonado al justo, es decir, a Jesús; ni al «maldito» (Gal 3,13), es decir, a Jesús.
Porque es el cireneo. Y es com-pasión.
Dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado
y pena por tanta pena
que pasó por mí.
¿Qué hice por Él?
¿Qué haré por Él?
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,
R.: porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
V.: Por tus llagas
R.: fuimos curados.
Alma de Cristo.
Texto: P. Christian Ferraro
«POR SUS LLAGAS FUIMOS CURADOS»
Vía crucis de verdad
para almas que quieren en serio ser cristianas y están sedientas de Dios
PDF: Via_crucis_Entero_definitivo